Desde que me dio clase J.M de Francisco Olmos (profesor de la Facultad de CC. de la Documentación y actual Decano) en la Universidad, siempre que llega fin de año recuerdo sus clases de cronología y lo relativamente nuevo que es nuestro calendario, aunque parezca que nos ha acompañado siempre, desde el comienzo de los tiempos. Y es que no conviene olvidar que la instauración del calendario tal y como lo conocemos hoy en día en el mundo occidental no tiene más de 500 años, desde 1582 para ser exactos, cuando una Bula del Papa Gregorio XIII, corrigió los leves errores que habían provocado los 11 minutos y 14 segundos de desfase entre el año calculado por Sosígenes y el año trópico. Esta minúscula diferencia, se transformó durante los 1257 años de calendario juliano (desde el Primer Concilio de Nicea) en una diferencia de 10 días con respecto al calendario actual, lo que se comenzaba a notar con respecto al comienzo de las estaciones, y lo más importante en la época, desplazaba de forma significativa la fecha de la Pascua de Resurrección y ponía en riesgo el hecho de que coincidiera con la Pascua Judía.
A partir del Concilio de Trento, se comenzó un estudio para la reforma del calendario que acabó con la bula papal de 1581 que suprimían los días que iban del 5 al 14 de octubre de 1582 y que solo aplicaron los estados más próximos a la influencia papal de la época: España, Estados italianos, Portugal y Luxemburgo. En años posteriores, diversos países de la órbita europea fueron aplicando dicha modificación: Francia y Baviera (1583), Austria (1586), Polonia (1587), etc. Además de la eliminación de esos días para adaptar el calendario al año trópico, era necesario introducir una reforma que permitiese controlar de alguna manera ese desfase, lo que se consiguió fijando el año en 365,2425 días al año, es decir, además de contabilizar un año como 365 días y ¼, y que cada cuatro años se añadiera un día bisiesto, se redefinió esa fórmula haciendo que los años bisiestos solo fueran los años divisibles por 4 excepto los centenarios, que solo serían bisiestos si se pueden dividir por 400. Es decir, el año 1700 tuvo 365, mientras que el 2000 tuvo 366.
Como curiosidad, tal y como señala uno de los artículos de J.M. de Francisco, este hecho hizo, por ejemplo, que Santa Teresa de Jesús, muerta el 4 de octubre, fuera enterrada al día siguiente, el 15 de octubre de 1582 y que algunos estudios traten de buscar un significado a esos días cuando en realidad pasaron horas.
Otro ejemplo de lo complejo de las fechas en aquella época es el hecho que da título al artículo señalado con anterioridad, y es que Miguel de Cervantes y William Shakespeare murieran en la misma fecha, el 23 de abril de 1616, pero no el mismo día, ya que en España se aplicaba el calendario gregoriano desde 1582 mientras que en Inglaterra seguían utilizando el calendario juliano, con 10 días de diferencia.
Aunque hubo numerosos estados que se negaron a aplicar dichas reformas por ser reformas propuestas por el papado, lo cierto es que con el tiempo observaron que seguir utilizando el calendario juliano iba incrementando la diferencia con el año trópico, y los países protestantes fueron también asumiendo la reforma del calendario, como en 1752 lo hizo Inglaterra.
La iglesia ortodoxa tardaría más en aplicar dichas reformas, concretamente a comienzos del siglo XX. Otra curiosidad a este respecto es la fecha de la Revolución de Octubre, iniciada el 25 de octubre de 1918 según el calendario juliano. Es decir, cuando los soviéticos comenzaron a aplicar la reforma, la fecha conmemorativa de la Revolución quedó desplazada al 7 de noviembre, fecha en la que se celebraba un gran desfile conmemorando la fecha del 25 de octubre.
Para ayudar a desmitificar todavía más el tema de las fechas, se debe señalar que la utilización de la era cristiana, aunque se conocía desde que Dionisio el Exíguo y más tarde Veda el Venerable dieran a conocer los cálculos en los que “supuestamente” vivió Cristo (ya que se cree que esos cálculos son erróneos varios años), no se comenzó a utilizar de forma habitual y se utilizaban otras dataciones más locales como, por ejemplo, la Era Hispánica en la península (en la que se consideraba el año 1 al 38 D.C., momento de la pacificación de Hispania con Octavio Augusto).
Además, cuando se comenzó a usar esta datación cristiana, había muchas variantes diferentes: las que consideraban el 25 de diciembre como el primer día del año, las que lo consideraban el día de la Encarnación (25 de marzo), las que lo hacía el día de la Pascua de Resurrección o la que finalmente se impuso: la de la circuncisión (no hay que olvidar que Jesús era judío y a todos los judíos se les practica la circuncisión a los 8 días nacidos. Además, esta forma se hacía coincidir con el calendario romano), que comenzará aplicarse desde el siglo XVI.
Por todo ello, conviene desmitificar fechas y tener en cuenta que las dataciones son solo eso, números que señalan un instante en la inmensidad y que tratan de ordenar un mundo que no sabe de fechas.